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{{encabezado|[[Obras:Doña Perfecta|Doña Perfecta]]<br><br>Capítulo XXXI <br>Do&ntilde;a Perfecta|[[Benito Pérez Galdós]]}}

<p>Ved con cu&aacute;nta tranquilidad se consagra a la escritura la se&ntilde;ora do&ntilde;a Perfecta. Penetrad en su cuarto, apesar de lo avanzado de la hora, y la sorprender&eacute;is en grave tarea, compartido su esp&iacute;ritu entre la meditaci&oacute;n y unas largas y concienzudas cartas que traza a ratos con segura pluma y correctos perfiles. Dale de lleno en el rostro y busto y manos la luz del quinqu&eacute;, cuya pantalla deja en dulce penumbra el resto de la persona y la pieza casi toda. Parece una figura luminosa evocada por la imaginaci&oacute;n en medio de las vagas sombras del miedo.</p>
<p>Es extra&ntilde;o que hasta ahora no hayamos hecho una afirmaci&oacute;n muy importante, y es que Do&ntilde;a Perfecta era hermosa, mejor dicho, era todav&iacute;a hermosa, conservando en su semblante rasgos de acabada belleza. La vida del campo, la falta absoluta de presunci&oacute;n, el no vestirse, el no acicalarse, el odio a las modas, el desprecio de las vanidades cortesanas eran causa de que su nativa hermosura no brillase o brillase muy poco. Tambi&eacute;n la desmejoraba mucho la intensa amarillez de su rostro, indicando una fuerte constituci&oacute;n biliosa.</p>
<p>Negros y rasgados los ojos, fina y delicada la nariz, ancha y despejada la frente, todo observador la consideraba como acabado tipo de la humana figura: pero hab&iacute;a en aquellas facciones cierta expresi&oacute;n de dureza y soberbia que era causa de antipat&iacute;a. As&iacute; como otras personas, aun siendo feas, llaman, do&ntilde;a Perfecta desped&iacute;a. Su mirar, aun acompa&ntilde;ado de bondadosas palabras, pon&iacute;a entre ella y las personas extra&ntilde;as la infranqueable distancia de un respeto receloso; mas para las de casa, es decir, para sus deudos, parciales y allegados, ten&iacute;a una singular atracci&oacute;n. Era maestra en dominar, y nadie la igual&oacute; en el arte de hablar el lenguaje que mejor cuadraba a cada oreja.</p>
<p>Su hechura biliosa, y el comercio excesivo con personas y cosas devotas, que exaltaban sin fruto ni objeto su imaginaci&oacute;n, la hab&iacute;an envejecido prematuramente, y, siendo joven, no lo parec&iacute;a. Podr&iacute;a decirse de ella que con sus h&aacute;bitos y su sistema de vida se hab&iacute;a labrado una corteza, un forro p&eacute;treo, insensible, encerr&aacute;ndose dentro como el caracol en su casa port&aacute;til. Do&ntilde;a Perfecta sal&iacute;a pocas veces de su concha.</p>
<p>Sus costumbres intachables, y aquella bondad p&uacute;blica que hemos observado en ella desde el momento de su aparici&oacute;n en nuestro relato, eran causa de su gran prestigio en Orbajosa. Sosten&iacute;a adem&aacute;s relaciones con excelentes damas de Madrid, y por este medio consigui&oacute; la destituci&oacute;n de su sobrino. Ahora, en el momento presente de nuestra historia, la hallamos sentada junto al pupitre, que es el confidente &uacute;nico de sus planes y el depositario de sus cuentas num&eacute;ricas con los aldeanos, y de sus cuentas morales con Dios y la sociedad. All&iacute; escribi&oacute; las cartas que trimestralmente recib&iacute;a su hermano; all&iacute; redactaba las esquelitas para incitar al juez y al escribano a que embrollaran los pleitos de Pepe Rey, all&iacute; arm&oacute; el lazo en que este perdiera la confianza del Gobierno; all&iacute; conferenciaba largamente con D. Inocencio. Para conocer el escenario de otras acciones cuyos efectos hemos visto, ser&iacute;a preciso seguirla al palacio episcopal y a varias casas de familias amigas.</p>
<p>No sabemos c&oacute;mo hubiera sido do&ntilde;a Perfecta amando. Aborreciendo ten&iacute;a la inflamada vehemencia de un &aacute;ngel tutelar de la discordia entre los hombres. Tal es el resultado producido en un car&aacute;cter duro y sin bondad nativa por la exaltaci&oacute;n religiosa, cuando esta, en vez de nutrirse de la conciencia y de la verdad revelada en principios tan sencillos como hermosos, busca su savia en f&oacute;rmulas estrechas que s&oacute;lo obedecen a intereses eclesi&aacute;sticos. Para que la mojigater&iacute;a sea inofensiva, es preciso que exista en corazones muy puros. Verdad es que aun en este caso es infecunda para el bien. Pero los corazones que han nacido sin la ser&aacute;fica limpieza que establece en la tierra un Limbo prematuro, cuiden bien de no inflamarse mucho con lo que ven en los retablos, en los coros, en los locutorios y en las sacrist&iacute;as, si antes no han elevado en su propia conciencia un altar, un p&uacute;lpito y un confesonario.</p>
<p>La se&ntilde;ora, dejando a ratos la escritura, pasaba a la pieza inmediata donde estaba su hija. A Rosarito se le hab&iacute;a mandado que durmiera, pero ella, precipitada ya por el despe&ntilde;adero de la desobediencia, velaba.</p>
<p>-&iquest;Por qu&eacute; no duermes? -le pregunt&oacute; su madre-. Yo no pienso acostarme en toda la noche. Ya sabes que Caballuco se ha llevado los hombres que ten&iacute;amos aqu&iacute;. Puede suceder cualquier cosa, y yo vigilo... Si yo no vigilara, &iquest;qu&eacute; ser&iacute;a de ti y de m&iacute;?...</p>
<p>-&iquest;Qu&eacute; hora es? -pregunt&oacute; la muchacha.</p>
<p>-Pronto ser&aacute; media noche... T&uacute; no tendr&aacute;s miedo... pero yo lo tengo.</p>
<p>Rosarito temblaba, y todo indicaba en ella la m&aacute;s negra congoja. Sus ojos se dirig&iacute;an al cielo, como cuando se quiere orar; miraban luego a su madre, expresando un terror muy vivo.</p>
<p>-Pero, &iquest;qu&eacute; tienes?</p>
<p>-&iquest;Ha dicho Vd. que era media noche?</p>
<p>-S&iacute;.</p>
<p>-Pues... &iquest;pero es ya media noche?</p>
<p>Rosario quer&iacute;a hablar, sacud&iacute;a la cabeza, encima de la cual se le hab&iacute;a puesto un mundo.</p>
<p>-T&uacute; tienes algo... a ti te pasa algo -dijo la madre clavando en ella los sagaces ojos.</p>
<p>-S&iacute;... quer&iacute;a decirle a Vd. -balbuci&oacute; la muchacha-, quer&iacute;a decir... Nada, nada, me dormir&eacute;.</p>
<p>-Rosario, Rosario. Tu madre lee en tu coraz&oacute;n como en un libro -exclam&oacute; do&ntilde;a Perfecta con severidad-. T&uacute; est&aacute;s agitada. Ya te he dicho que estoy dispuesta a perdonarte si te arrepientes; si eres una ni&ntilde;a buena y formal.</p>
<p>-Pues qu&eacute;, &iquest;no soy buena yo? &iexcl;Ay, mam&aacute;, mam&aacute; m&iacute;a, yo me muero!</p>
<p>Rosario prorrumpi&oacute; en llanto congojoso y dolorido.</p>
<p>-&iquest;A qu&eacute; vienen estos lloros? -dijo su madre abraz&aacute;ndola-. Si son las l&aacute;grimas del arrepentimiento, benditas sean.</p>
<p>-Yo no me arrepiento, yo no puedo arrepentirme -grit&oacute; la joven con arrebato de desesperaci&oacute;n que la puso sublime.</p>
<p>Irgui&oacute; la cabeza, y en su semblante se pint&oacute; s&uacute;bita, inspirada energ&iacute;a. Los cabellos le ca&iacute;an sobre la espalda. No se ha visto imagen m&aacute;s hermosa de un &aacute;ngel dispuesto a rebelarse.</p>
<p>-&iquest;Pero te vuelves loca o qu&eacute; es esto? -dijo do&ntilde;a Perfecta poni&eacute;ndole ambas manos sobre los hombros.</p>
<p>-&iexcl;Me voy, me voy! -dijo la joven, expres&aacute;ndose con la exaltaci&oacute;n del delirio.</p>
<p>Y se lanz&oacute; fuera del lecho.</p>
<p>-Rosario, Rosario... Hija m&iacute;a... &iexcl;Por Dios! &iquest;Qu&eacute; es esto?</p>
<p>-&iexcl;Ay!, mam&aacute;, se&ntilde;ora -exclam&oacute; la joven abraz&aacute;ndose a su madre-. &Aacute;teme Vd.</p>
<p>-En verdad, lo merec&iacute;as... &iquest;Qu&eacute; locura es esta?</p>
<p>-&Aacute;teme Vd... Yo me marcho, me marcho con &eacute;l.</p>
<p>Do&ntilde;a Perfecta sinti&oacute; borbotones de fuego que sub&iacute;an de su coraz&oacute;n a sus labios. Se contuvo, y s&oacute;lo con sus ojos negros, m&aacute;s negros que la noche, contest&oacute; a su hija.</p>
<p>-&iexcl;Mam&aacute;, mam&aacute; m&iacute;a, yo aborrezco todo lo que no sea &eacute;l! -exclam&oacute; Rosario-. &Oacute;igame Vd. en confesi&oacute;n, porque quiero confesarlo a todos, y a Vd. la primera.</p>
<p>-Me vas a matar, me est&aacute;s matando -murmur&oacute; la madre poni&eacute;ndose l&iacute;vida.</p>
<p>-Yo quiero confesarlo, para que Vd. me perdone... Este peso, este peso que tengo encima no me deja vivir...</p>
<p>-&iexcl;El peso de un pecado!... A&ntilde;&aacute;dele encima la maldici&oacute;n de Dios, y prueba a andar con ese fardo, desgraciada... S&oacute;lo yo puedo quit&aacute;rtelo.</p>
<p>-No, Vd. no, Vd. no -grit&oacute; Rosario con desesperaci&oacute;n-. Pero &oacute;igame Vd., quiero confesarlo todo, todo... Despu&eacute;s arr&oacute;jeme Vd. de esta casa, donde he nacido.</p>
<p>-&iexcl;Arrojarte yo!...</p>
<p>-Pues me marchar&eacute;.</p>
<p>-Menos. Yo te ense&ntilde;ar&eacute; los deberes de hija que has olvidado.</p>
<p>-Pues huir&eacute;; &eacute;l me llevar&aacute; consigo.</p>
<p>-&iquest;Te lo ha dicho, te lo ha aconsejado, te lo ha mandado? -pregunt&oacute; do&ntilde;a Perfecta, lanzando estas palabras como rayos sobre su hija.</p>
<p>-Me lo aconseja... Hemos concertado casarnos. Es preciso, mam&aacute;, mam&aacute; m&iacute;a querida. Yo la amar&eacute; a Vd... Conozco que debo amarla... Me condenar&eacute; si no la amo.</p>
<p>Se retorc&iacute;a los brazos y cayendo de rodillas, bes&oacute; los pies a su madre...</p>
<p>-&iexcl;Rosario, Rosario! -exclam&oacute; do&ntilde;a Perfecta con terrible acento-. Lev&aacute;ntate.</p>
<p>Hubo una peque&ntilde;a pausa.</p>
<p>-&iquest;Ese hombre te ha escrito?</p>
<p>-S&iacute;.</p>
<p>-&iquest;Le has visto despu&eacute;s de aquella noche?</p>
<p>-S&iacute;.</p>
<p>-&iexcl;Y t&uacute;...!</p>
<p>-Yo tambi&eacute;n... &iexcl;Oh!, se&ntilde;ora. &iquest;Por qu&eacute; me mira usted as&iacute;? Vd. no es mi madre.</p>
<p>-Ojal&aacute; no. G&oacute;zate en el da&ntilde;o que me haces. Me matas, me matas sin remedio -grit&oacute; la se&ntilde;ora con indecible agitaci&oacute;n-. Dices que ese hombre...</p>
<p>-Es mi esposo... Yo ser&eacute; suya, protegida por la ley... Vd. no es mujer... &iquest;Por qu&eacute; me mira Vd. de ese modo que me hace temblar?... Madre, madre m&iacute;a, no me condene Vd.</p>
<p>-Ya t&uacute; te has condenado: basta. Obed&eacute;ceme y te perdonar&eacute;... Responde: &iquest;cu&aacute;ndo recibiste cartas de ese hombre?</p>
<p>-Hoy.</p>
<p>-&iexcl;Qu&eacute; traici&oacute;n! &iexcl;Qu&eacute; infamia! -exclam&oacute; la madre antes bien rugiendo que hablando-. &iquest;Esperabais veros?</p>
<p>-S&iacute;.</p>
<p>-&iquest;Cu&aacute;ndo?</p>
<p>-Esta noche.</p>
<p>-&iquest;D&oacute;nde?</p>
<p>-Aqu&iacute;, aqu&iacute;. Todo lo confieso, todo. S&eacute; que es un delito... Soy muy infame; pero Vd., Vd., que es mi madre, me sacar&aacute; de este infierno. Consienta usted... D&iacute;game Vd. una palabra, una sola.</p>
<p>-&iexcl;Ese hombre aqu&iacute;, en mi casa! -grit&oacute; do&ntilde;a Perfecta dando algunos pasos que parec&iacute;an saltos hacia el centro de la habitaci&oacute;n.</p>
<p>Rosario la sigui&oacute; de rodillas. En el mismo instante oy&eacute;ronse tres golpes, tres estampidos, tres ca&ntilde;onazos. Era el coraz&oacute;n de Mar&iacute;a Remedios que tocaba a la puerta, agitando la aldaba. La casa se estremec&iacute;a con temblor pavoroso. Madre e hija se quedaron como estatuas.</p>
<p>Baj&oacute; a abrir un criado, y poco despu&eacute;s, en la habitaci&oacute;n de Do&ntilde;a Perfecta, entr&oacute; Mar&iacute;a Remedios, que no era mujer, sino un basilisco envuelto en un mant&oacute;n. Su rostro encendido por la ansiedad desped&iacute;a fuego.</p>
<p>-Ah&iacute; est&aacute;, ah&iacute; est&aacute; -dijo al entrar-. Se ha metido en la huerta por la puertecilla condenada...</p>
<p>Tomaba aliento a cada s&iacute;laba.</p>
<p>-Ya entiendo -repiti&oacute; do&ntilde;a Perfecta con una especie de bramido.</p>
<p>Rosario cay&oacute; ex&aacute;nime al suelo y perdi&oacute; el conocimiento.</p>
<p>-Bajemos -dijo do&ntilde;a Perfecta sin hacer caso del desmayo de su hija.</p>
<p>Las dos mujeres se deslizaron por la escalera como dos culebras. Las criadas y el criado estaban en la galer&iacute;a sin saber qu&eacute; hacer. Do&ntilde;a Perfecta pas&oacute; por el comedor a la huerta, seguida de Mar&iacute;a Remedios.</p>
<p>-Afortunadamente tenemos ah&iacute; a Ca... Ca... Caballuco -dijo la sobrina del can&oacute;nigo.</p>
<p>-&iquest;D&oacute;nde?</p>
<p>-En la huerta tambi&eacute;n... Sal... sal... salt&oacute; la tapia.</p>
<p>Do&ntilde;a Perfecta explor&oacute; la oscuridad con sus ojos llenos de ira. El rencor les daba la singular videncia de la raza felina.</p>
<p>-All&iacute; veo un bulto... -dijo-. Va hacia las adelfas.</p>
<p>-Es &eacute;l -grit&oacute; Remedios-. Pero all&aacute; aparece Ramos... &iexcl;Ramos!</p>
<p>Distinguieron perfectamente la colosal figura del Centauro.</p>
<p>-Hacia las adelfas... Ramos, hacia las adelfas...</p>
<p>Do&ntilde;a Perfecta adelant&oacute; algunos pasos. Su voz ronca, que vibraba con acento terrible, dispar&oacute; estas palabras:</p>
<p>-Crist&oacute;bal, Crist&oacute;bal... &iexcl;m&aacute;tale!</p>
<p>Oyose un tiro.</p>
<p>Despu&eacute;s otro.</p>

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